marzo 28, 2024
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febrero 15, 2017 | 288 vistas

Alejandro Echartea.-

En la Plaza Hidalgo de Ciudad Victoria, enfrente de la Basílica de Nuestra Señora del Refugio y por un lado del teatro Juárez de la UAT, se encuentran don Juan Carrizales Serrato y su silla de boleo, quienes por más de 40 años han visto ir y venir el tráfico de la gente, de los carros, y el crecimiento de la Ciudad Limpia, Ciudad Amable.

A primera vista el semblante serio de don Juan y su cabello gris coronado por las canas, dan la impresión de una persona seria y retraída, no es sino hasta que éste invita a los paseantes a sentarse al sillón, y empezar a desempeñar su oficio, para darnos cuenta que este personaje sabe del boleo y de nuestra historia urbana.

“Yo creo que tengo más de 40 años, del 70, desde el 71, que me fui para allá a Monterrey, tengo como 40 abriles, ya hasta tengo un reportaje que ya hace mucho que me tomaron”, recuerda el popular bolero.

Don Juan es originario del municipio de Miquihuana, pero desde los 14 años radica en Ciudad Victoria, actualmente cuenta con alrededor de 63 años de edad y casi 47 dedicándose al noble oficio de ser bolero.

Esa trayectoria dentro del gremio le ha permitido llegar a ser secretario de la Comisión de Honor y Justicia de la Unión de Aseadores del Calzado de Ciudad Victoria, “yo soy originario de Miquihuana, Tamaulipas, pero ya soy más victorense, tengo toda mi vida hecha aquí, cincuenta años aquí”.

Don Manuel A. Ravizé fue gobernador del estado en el año de 1970, en ese año existía un quiosco de hierro colado en la Plaza Hidalgo, que fue donado al municipio de Jiménez, por ese lugar pasó y estuvo por varios años la estatua del coronel José Bernardo Maximiliano Gutiérrez de Lara, pero no fue sino hasta el año de 1992 cuando esta fue retirada y volvió a haber un quiosco en el centro de la plaza, de estas y muchas otras cosas ha sido testigo don Juan.

“Ahorita Ciudad Victoria ha crecido mucho, está muy cambiado, ha crecido inmensamente Ciudad Victoria, Tamaulipas, Ciudad Amable… Pueblo de las Cotorras, así es como le dicen allá en Monterrey”, señala de manera burlona.

Fue el bolero de don Enrique Cárdenas cuando era gobernador. Don Juan Carrizales hace una pequeña pausa, casi imperceptible, para añorar los viejos tiempos cuando la carretera nacional pasaba por la calle Ocho hasta El Peñón y era la única vía desde Monterrey o hacia El Mante y Tampico, la calzada Luis Caballero era la salida a San Luis Potosí y la Ciudad de México, y la Central de Autobuses estaba en el Nueve Carrera Torres.

“Estuvimos trabajando cuando no había sillas aquí, cuando laboraba valía diez centavos, o 20 centavos, con un cajón de madera, ahí nos poníamos con unas sillitas que vendían en la Peni (penitenciaría), hechas de palma que valían 20 centavos”.

Fue entre los años de 1975 y 1981 cuando don Juan llegó a ser el bolero del gobernador del Estado, don Enrique Cárdenas González, “en una sillita de madera ahí se sentaba y yo le boleaba, ya era gobernador del estado cuando entró”.

En aquella época también llegó a asear los zapatos de don Emilio Villarreal Caballero, “ellos venían y se la pasaban platicando cositas, y a veces en Navidad nos daban una propinilla, como tenían lana”, sonríe picarescamente.

No obstante fue otro bolero quien en aquel tiempo hizo más amistad con don Emilio Villarreal, “se llamaba Juanito Ramiro, él era el que le boleaba a don Emilio, y a cada rato le pedía 30 o 40 pesos prestados, en esos años con don Emilio se había sacado la lotería”, ríe divertido al recordar la anécdota.

Fue en esa misma época cuando don Juan tuvo problemas personales en la ciudad, por lo que tuvo que irse a la ciudad de Monterrey mientras se solucionaban estas complicaciones, “estuve boleando allá en Monterrey, en la Alameda, cuando tenía yo 22 años, pero nada más estuve allá año y medio, me fui porque traía unas broncas aquí”, ríe traviesamente al acordarse.

El bolero miquihuanense señala que en su vida ha recorrido varios municipios del estado llevando hasta allá su oficio de bolero, “anduve por allá en Reynosa, por Río Bravo, en Matamoros, por Miguel Alemán, por Camargo, a lo que le llaman la frontera chica”.

Sus pasos le han llevado a Tampico y Ciudad Madero, en donde no se desempeñó como bolero sino que llevaba a cabo otro tipo de trabajos, “pero estuve muy brevemente, siempre regresaba para acá, ahorita ya está muy cambiado todo, ya nada es igual, ahora Victoria ya no es la misma, ya hay mucho movimiento, ya hay mucha competencia”.

“Este es un trabajo muy noble que no cualquiera lo puede hacer”.

Recuerda que hubo un tiempo en el que ser bolero era mal visto, no obstante resalta que este es un trabajo digno y honrado que le ha dado para comer a mucha gente, “ahorita ya hay mucha competencia, actualmente viene un cliente viejito de hace mucho tiempo, pero se está retirando la clientela, ya bolea uno puro cliente foráneo”.

En ocasiones, relata, llegan clientes que regatean el precio de la boleada, la cual va de 20 hasta 40 pesos, “hay de pronto hace uno una rebaja, a veces me cae una boleada buena de 40, para eso hace uno el cuento chino para que le paguen bien”, ríe casi de manera infantil.

“Ayer estuvo muy bien la boleada y hoy estamos al tercer lugar”, dice con un tono que va entre lo resignado y lo optimista de que el día va a mejorar, en la Plaza Hidalgo se colocan entre diez y 15 boleros diariamente, mientras que en la Plaza Juárez se colocan alrededor de cinco boleros más.

“Lo que pasa es que uno ya tiene mucha competencia, hay mucho joven boleando, ya lo buscan a uno un poquito menos, la gente que lo conoce de atrás tiempo pero hasta ahí, así es todo el rollo, así es la historia”.

Es en ese momento cuando llega un cliente, al cual con destreza y con maestría, procede a asear el calzado cubierto de polvo, “este es un trabajo muy noble que no cualquiera lo puede hacer, hay que echarle ganas, recuerdo hace mucho tiempo cuando íbamos con nuestros cajones a una fiesta y nos veían decían ‘sáquenme a esos de ahí, aquí no se permiten boleros’, ahorita ya no”, comenta riendo como es su costumbre.

El veterano maestro de la boleada invitó a los lectores de El Diario de Ciudad Victoria a que si un día ocupan de una buena boleada, y una plática igual de amena, pasen y pregunten por él en la Plaza Hidalgo por el lado del Ocho Morelos, señala que está de lunes a domingo de 9:00 a 16:00 horas y de 17:00 a 18:30 horas, “que vengan y aquí nos echamos una buena platicada”, dice al aplicar una capa de tinta negra sobre el calzado.

Con habilidad toma una untada de grasa entre las yemas de sus dedos, la cual distribuye perfectamente sobre la piel de los zapatos, ya completamente lavados y sin polvo, posteriormente frota la grasa ayudándose con una tela arrancándole el conocido rechinido que sólo un maestro de la boleada sabe sacar.

“…como hoy que está muy amolado el conejo”, después de dedicarle unos minutos más de empeño a la boleada, y de una expresión de asombro en el rostro del cliente, don Juan proclama triunfante, “quedó como nuevo”.

 

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