abril 26, 2024
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abril 12, 2017 | 288 vistas

Rebeca Maldonado.-

A veces no se sabe de dónde es que nuestros niños aprenden tantas cosas, se nos olvida que los primeros maestros de los hijos somos nosotros y que con nuestro ejemplo ellos asimilan cómo es que se van a enfrentar a distintas situaciones en su entorno. Una muestra de esto es la mentira, los niños no nacen con esa habilidad, la aprenden.

Y es que la mentira no viene con nosotros cuando nacemos, se hace a través de las experiencias y se aprende a utilizarla desde temprana edad. No sólo los padres son quienes le enseñan (sin querer) a mentir a un niño, también lo ven en la escuela, con sus amigos o con otros familiares, hasta que mentir se vuelve algo natural con las llamadas “mentiritas piadosas”.

Según los expertos, los niños mienten por diversas razones: para evitar ser castigados, para defender su inocencia o en ocasiones hasta por vergüenza.

Victoria Talwar, psicóloga de la Universidad de McGill analizó cómo es el desarrollo de la moralidad en los niños y descubrió que aunque los pequeños tienen entendido que la mentira es mala (según lo que dicen sus padres), también afirmaron que sus progenitores solían decir mentiras piadosas, motivo por el cual el acto de mentir se volvía también confuso para ellos.

Los menores comienzan a mentir entre los 3 y 4 años, cuando los padres ya no tiene un control absoluto de ellos y los pequeños son un poco más independientes. El doctor Wenceslao Piñate, catedrático de Psicología de la Universidad de La Laguna, de Tenerife, sostiene que la mentira siempre es un recurso funcional regulador, “es un aprendizaje para conseguir un bien para sí mismo, evitar herir o ir a hacer daño deliberadamente”.

Sin embargo, aunque mentir sea algo con lo que los padres tienen que lidiar en el desarrollo del niño, el problema viene cuando esto se vuelve un hábito y parte de la rutina de un individuo, que podría llegar a dañar la vida de otros.

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