abril 25, 2024
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septiembre 21, 2017 | 191 vistas

Mauricio Zapata / Enviado

CIUDAD DE MEXICO.- La luz del amanecer aún no llega a la Ciudad de México.

En esta ciudad nadie ha dormido. Unos porque no tienen donde hacerlo, otros porque tienen miedo de una pesadilla y otros más porque están trabajando, ayudando y colaborando en unidad y solidaridad.

Para Dávila, un voluntario de los Boy Scauts, la noche aún no termina y la gente necesita de todos para salir adelante y despertar ante un sol que se ha negado a salir.

El sonido de las sirenas no cesa y en toda la ciudad se escuchan. Es el sonido del miedo y de la devastación. Aquí nadie tiene nombre, porque son uno mismo, y esa misma persona se llama “compañero”.

El susto ya pasó, pero todos, absolutamente todos tienen miedo, pero ese mismo miedo no los detiene a ayudar, a apoyar a levantar una urbe nuevamente golpeada por la naturaleza.

Brigadistas voluntarios caminan por las calles con palas, picos, casco, chaleco fosforescente y lámpara de mano. Todos dispuestos a dar, literalmente, su mano para ayudar, en lo que sea, pero el chiste es ayudar.

A diferencia de hace 32 años, ahora sobran voluntarios, tan es así, que ha habido la necesidad de regresarlos a sus casas. Son tantos que no se pueden organizar. Es tanta la suma de voluntades, que sobran.

Y sí, en la Ciudad de México todo sobra: manos, alimentos para quienes ayudan y para quienes lo necesitan, y sí, también sobra el miedo.

“Tenemos miedo, pero hay que vencerlo. Estamos asustados, pero la gente nos necesita y debemos apoyarla”, dijo Miriam, otra voluntaria que se concentró en la colonia Roma, que como en 1985 quedó lastimada.

En aquel entonces, para donde se volteara había casas y edificios derrumbados. Ahora es diferente, es menos la devastación y más la ayuda y la solidaridad.

Las calles en donde hay inmuebles colapsados o a punto de caer, están acordonadas y sólo brigadistas con herramientas de rescate y equipo de seguridad personal puede pasar.

A lo lejos sólo se ve las señales.

Un hombre levanta el puño y significa silencio. Todos obedecen porque se puede tratar de vida o muerte y en las calles no se escucha nada.

El ambiente en la Capital del país es de nostalgia y de miedo. Así se respira, así se siente.

 

LOS DAMNIFICADOS

En los albergues el tiempo pasa demasiado lento.

Es un gimnasio en la colonia Narvarte. Al fondo colchonetas azules.

Efraín lee un libro. Se llama “La casa verde”, de Mario Vargas Llosa. Se le pide la entrevista y acepta. Él es un damnificado.

Trae un short verde, playera blanca y tenis azules. Agarra un separador y lo coloca en la página 87 del libro; lo cierra y narra su experiencia.

“Estaba en el departamento, es el quinto piso. No sonó la alarma antes, comenzó a sonar cuando se sintió el movimiento. Ya no pudimos salir, solo veía como caían los roperos, las lámparas se movían. Se me hizo eterno. Vi como se agrietaba la pared y en ese momento pensé que aquí había llegado el fin”.

Se limpió una lágrima. Suspiró y continuó la charla: “el edificio quedó muy dañado, por eso nos venimos al albergue. Me quedé sin casa, ahora a buscar donde vivir”.

En ese sitio unos payasos amenizaban el momento. Niños bailaban y cantaban. Las mascotas, todos perros falderos, estaban a la expectativa desde esas colchonetas.

Afuera seguía llegando la ayuda y los cientos de voluntarios acomodaban el apoyo: el agua por un lado, las medicinas por el otro, la comida por otro lado más.

Las torretas y su ruido son la constante, el miedo sigue.

“Tuve mucho miedo, porque estaba sola, mi mamá había ido por mi hermano a la escuela cuando sucedió todo. No alcancé a salir y vi como se movía todo. El departamento está inhabitable”, dijo Joselin, una chica venezolana radicada en la Ciudad de México y hoy es una más de los damnificados.

Acariciaba a su perro. Un french pool de nombre “Chichi” que se dejaba apapachar con la lengua de fuera.

En el albergue no falta nada, sobre todo, el miedo, que sigue presente, que no se va, que no abandona a nadie.

 

Y MÁS AL SUR… EN LA RÉBSAMEN

Allá también se hizo presente el miedo. Pero pudo más la conmovedora historia de los niños atrapados. En ese lugar la gente iba ofreciendo de todo: agua, café, tamales, atole, pan, sándwiches, tortas y fruta.

Era para todos, para soldados, marinos, policías, socorristas, paramédicos y hasta para reporteros.

Los vendedores llegaron con sus productos. Había uno de tacos de canasta…

“¿A cómo los tacos, vale?”.

“No, ¿qué pasó? No los vendo, los traje para que todos comamos”.

Las cartulinas en una mesa indicaban las buenas noticias: “Fátima Pérez, encontrada con vida, Hospital Ángeles”. Pero más abajo otra, con letras negras y rojas: “Frida (+)”. Y al leerlo conmovía a cualquiera y se le hacía un nudo en la garganta y un vacío en el estómago.

Allá en el sur de la Ciudad de México, el ambiente era igual: decenas de voluntarios dando todo de sí, pero también se resaltó el trabajo del Ejército y de todo el personal. De hecho, cuando cinco ambulancias salieron de la zona, fueron despedidos con aplausos de los presentes, muchos de ellos con lágrimas en los ojos diciendo “gracias”.

 

TAMAULIPAS PRESENTE

Socorristas de la Cruz Roja delegación Tamaulipas ya trabajan en la Capital del país en labores de rescate.

Se trata de Juan de la Cruz Báez, Luis Gerardo de la Fuente y Humberto Sandoval quienes buscan a personas con vida atrapada entre los escombros de edificios derribados.

Su primera labor fue en la colonia Narvarte de la Delegación Benito Juárez, en la calle de Saratoga, entre Emiliano Zapata y Eje Ocho Sur.

Ahí había un edificio departamental que se colapsó durante el terremoto de este 19 de septiembre, sin embargo, ya no había personas con vida. Ante ello, fueron enviados a otro punto de la Ciudad de México para poder buscar a gente con vida y rescatarlos de entre los escombros.

Ellos llegaron la mañana de este martes y de inmediato se pusieron a trabajar para poder cumplir con el objetivo. Forman parte de una brigada especial conformada por unos 12 elementos de distintas ciudades del país.

Cabe señalar, que dos de estos rescatistas tamaulipecos, apenas habían llegado de la ciudad de Houston, en donde apoyaron a los afectados por los efectos del huracán «Harvey».

Mientras tanto, la ciudad intenta recuperarse y esperan que ya pronto amanezca.

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