marzo 29, 2024
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octubre 26, 2017 | 153 vistas

MAPLEWOOD, Nueva Jersey, EE.UU. (AP) — Peter Hirschmann cuenta a menudo cómo huyó de Alemania siendo un adolescente para escapar a la persecución de los judíos por parte de Adolf Hitler y después se unió al ejército estadounidense para combatir a los nazis.

Pero este anciano de 92 años no pudo contener las lágrimas al leer una carta de tres páginas, escrita prolijamente con un bolígrafo azul, que le llegó inesperadamente de Nuremberg y le hizo revivir el pasado.

Su autora, Doris Schott-Neuse, le contó cómo su abuelo había adquirido la casa de la familia de Hirschmann bajo el gobierno nazi, le expresó la vergüenza que sentía y le pidió perdón.

Obligada a indagar en el pasado familiar tras lidiar con algunos asuntos traumáticos, esta empleada pública de 46 años se sorprendió al comprobar que la historia que había escuchado toda su vida era una verdad a medias, en el mejor de los casos, y se sintió obligada a contactar a este anciano que vivía en Maplewood, una localidad de Nueva Jersey no muy lejos de la ciudad de Nueva York.

“Me siento profundamente avergonzada de lo que los alemanes les hicimos a usted, a su familia, a sus amigos y parientes y a los miembros de la comunidad judía de Nuremberg”, escribió la mujer. “No soporto pensar en los detalles, en el horror y la pesadilla que debe haber sido vivir todo esto”.

Incluyó en el sobre fotos actuales de la casa de la familia de Hirschmann.

“Lloré porque me trajo a la memoria muchos recuerdos”, relató Hirschmann.

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La casa es una imponente mansión en las afueras de Nuremberg, en Eichendorffstrasse 15.

“Era seguramente una de las casas más lindas de la zona, según los parámetros de entonces”, dijo Hirschmann. “Desde ya, las cosas cambiaron. Hoy tal vez no sea una de las grandes mansiones que hay, pero en su momento era un sitio magnífico”.

Hirschmann recuerda cómo ayudaba a cuidar frutales, huertas y las flores.

También recuerda cómo sus padres instalaron un sistema de regaderas para que él y sus amigos se refrescasen luego de que los nazis empezaron a cercenar los derechos de los judíos, incluido el de ir a una piscina pública.

“De repente apareció un cartel: ‘Juden und Hunde Verboten’ (los judíos y los perros no están permitidos).

Schott-Neuse no recuerda bien la casa. Su tía la heredó en 1969, tras el deceso de su abuela, y ella tenía cinco años cuando la tía la vendió.

No conoció a ninguno de sus abuelos y nunca preguntó demasiado. Su tía le hizo algunos relatos ambiguos sobre la vivienda.

“Me dijo que los dueños eran judíos que pudieron escapar a Estados Unidos, con la ayuda de mis abuelos”, expresó. “Ya no sé qué creer. La carta era la única forma que tenía de decirle a esa familia que lo lamentaba mucho, pero también fue una forma de averiguar lo que sucedió”.

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Schott-Neuse revisó archivos municipales y encontró documentos que revelaban cómo los nazis se apropiaron de la vivienda de los Hirschmann en pleno proceso de “arianización”, como se denominó a la expropiación de negocios y propiedades de judíos, en un preludio de los asesinatos en masa en que murieron unos 6 millones de judíos europeos.

En 1941 la casa aparecía como propiedad de Muhr W, un comerciante.

Willi Muhr fue abuelo de Schott-Neuse.

“Pensé que se la había comprado a los dueños judíos, pero parece que eso no era cierto”, indicó Schott-Neuse.

Si bien no sabe mucho acerca de su abuelo, supone que debe haber tenido conexiones con los nazis, ya que la casa “era una propiedad muy cotizada y no debía ser fácil conseguir algo tan lindo, con un jardín grande”.

Después de la guerra, la familia de Hirschmann recibió una compensación, pero por entonces el mercado había cambiado y la suma que le dieron representaba tal vez una décima parte de lo que valía cuando se la quitaron.

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Peter Hirschmann y su familia lograron salir de la Alemania nazi antes del estallido de la guerra. Llegaron a Newark, Nueva Jersey, y empezaron de nuevo.

Cuando Peter cumplió 18 años, Estados Unidos ya había entrado en guerra. El joven se enroló en el ejército estadounidense a pesar de que era todavía alemán.

Estuvo en la Batalla de las Ardenas en diciembre de 1944, en Bélgica. Fue capturado, y por su condición de judío alemán, corría particular peligro. Cuando sus captores se dieron cuenta de que hablaba alemán, les hizo creer que lo había aprendido en la escuela.

“De haber sabido mis antecedentes, me hubieran fusilado sin explicaciones”, aseguró.

Todavía se emociona al recordar al soldado alemán que lo vigilaba, que buscó entre sus cosas y le dio una barra de chocolate. Y esperanza.

“Era mi enemigo, pero me trató como a un ser humano”, dijo Hirschmann.

Más de 70 años después, recibió de buena gana la carta de Schott-Neuse y le dijo en un correo electrónico que la encontraba especialmente conmovedora “porque es obvio que usted sufre también, y me duele pensar en eso. Usted no tiene culpa alguna”.

Los dos se han estado escribiendo, pero no planean verse cara a cara.

“Usted tuvo la opción de ignorar” lo que descubrió, “pero le hizo frente”, escribió Hirschmann. “Mis lágrimas reflejan la ferviente esperanza de que la humanidad, la dignidad y la compasión que usted ha demostrado sea compartida por otras personas de su generación de la generación siguiente”.

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