
Azahel Jaramillo Hernández.-
¿Cómo están? Recién terminó su gestión como Senadora de Tamaulipas la matamorense Sandra Luz García Guajardo fue designada nueva directora general de Cultura Tamaulipas, es decir de lo que se llamaba Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes.
El ITCA estaba acéfalo luego de la renuncia del tampiqueño –artista de Disney– Luis Sotil, luego de que este se auto-recetara la cantidad de cien mil pesos de los fondos del organismo de cultura… en lugar de destinarlos para apoyar a los talentos tamaulipecos, y muy especialmente a los nuevos talentos. Además de ello, Sotil por esas cosas raras de la artisteada se había conseguido ser designado el “Artista Tamaulipeco del Año”.
Ahora vale decir que al recibir su nombramiento la ex senadora matamorense dijo que cree que la práctica de las disciplinas artísticas, “tiene el poder de transformar las condiciones de los niños y jóvenes en situación vulnerable, e impulsar su desarrollo hasta hacer de ellos, los héroes de su propio destino”.
Reiteró su agradecimiento al Gobernador por la confianza de la nueva encomienda y consideró que “tenemos un proyecto en común que se llama Tamaulipas, que nos requiere a todos unidos para que juntos hagamos la diferencia”.
García Guajardo, fue presidenta del Sistema DIF Matamoros de 1996 a 1999, directora del Instituto Matamorense para la Cultura y las Artes de Tamaulipas (IMACULTA) de 2013 al 2015, y senadora de la República del 2016 al 2018, donde desempeñó varias comisiones, como la de Cultura donde fue secretaria.
Tengamos la confianza de que, con su experiencia, esta funcionaria matamorense lleve a los nuevos y viejos talentos creativos tamaulipecos por mejores caminos.
De siempre Tamaulipas ha sido tierra de creadores en las diversas bellas artes. “Hay talento, solo falta apoyarlo”, diría un eslogan publicitario. Veremos y diremos en cuanto a los aportes que haga la ex senadora de Matamoros.
En otros asuntos les comparto mi impresión de que los tamaulipecos le debemos un gran homenaje a un escritor tamaulipeco muy brillante. Me refiero al maestro Rafael Ramírez Heredia, cuyo deceso ocurrió en octubre el año 2006. Contaba el maestro con 64 años.
He aquí la historia de este feliz escritor, contada por él mismo, donde nos da su receta para escribir, además de su visión del viejo Tampico:
Capricornio, nací el nueve de enero en la ciudad y puerto de Tampico – de río inmenso, de playas blancas, de muchachas hermosas, de calor suntuoso, de lagunas de atardecer sin paralelo – y dicen que nací ahí porque por esos años mi padre, don Rafael Ramírez Coronado, abogado sindicalista y profesor, andaba en esas tierras ayudando a crear y mantener sindicatos. Mi padre era alto, blanco hasta el deslumbre, muy delgado, de bigotillo lineal, de gran talento, de revires verbales agudos, solitario, silencioso y muy tímido si es que no había tomado algún trago.
Mi madre, bella, musical, siempre joven, pizpireta, simpática, yucateca – de Mérida – se encontraba muy a gusto en Tampico pues también, por razones diversas, una de sus hermanas (la tía Rina) se había ido allá a vivir, y su padre, es decir, mi abuelo, (don Atenógenes, ah que nombre tan rimbombante, que señor tan apuesto, ojo verde, trajes de lino) también había llegado a Tampico cumpliendo su trabajo como médico y jefe de salud en la parte sur del Estado de Tamaulipas.
De tal manera que pese a que mi nacimiento en el puerto jaibo fue circunstancial, la combinación de un padre veracruzano, una madre yucateca y un ambiente tropical y camaronero, hizo que de alguna manera ese tropicalismo marcara mi forma de ser, dejara huella en mis improntas, y que además me comprometiera con mi tierra, pues mis tías, abuelos y otros familiares, se quedaron para siempre allá, lo que me permitió jamás renunciar a mi raíces, regresar con bastante frecuencia, y mantener – hasta hoy mismo – una serie de cariños, amigos, compadres, familiares, sensaciones y recuerdos, que me hacen ser tampiqueño hasta la médula, avecindado –momentáneamente– en el D.F. pero con un pie en el estribo para regresar a la orilla del río Pánuco, cosa que he venido diciendo desde años y que por desgracia aún no he podido cumplir.
Mi cambio al Distrito Federal (hizo) que descubriera a mi abuelo paterno, don Rafael Ramírez Castañeda – cuyos restos mortales están en la Rotonda de los Hombres Ilustres – uno de los más grandes educadores que ha dado México, creador de las Escuelas Rurales y de las Misiones Culturales- autor de más de 175 libros de carácter pedagógico, y cuyo nombre, amén de plazas, calles y escuelas, se le da a la medalla que los maestros mexicanos reciben a los 25 años de servicio.
Cómo recuerdo los viajes del D.F., a Tampico, la alegría me hacía soportar las 12 infernales horas del trayecto en autobús: un viejo camión marca Beck – ¿existirán aún esos transportes? – que daba de vueltas en carreteras estrechas por las planicies monótonas de los estados de México e Hidalgo, después las curvas de la sierra madre- Jacala, “el cantil de la gringa” – trepando y bajando, dando de giros como si se recorrieran glorieta tras glorieta, la llegada al calor del trópico con sus verdes infinitos, su olor, uh ese olor, las lagunas de la huasteca y sus garzas y gavilancillos, y por fin el río y el panorama de Tampico que yo sabía distinguir desde kilómetros antes de mi arribo porque las torres de la potabilizadora me lo anunciaban en el corte del horizonte.
Mi generación fue etílica, no fumo más que cigarrillos, ni siquiera puro, pese a ser taurino hasta las cachas. No tengo una fórmula para obtener lo que se ha dado en llamar inspiración, ésta, si en algo la tengo, surge de los momentos y acciones menos predeterminadas.
Escribo casi siempre por las mañanas a partir de las seis o a veces antes, pero no le hago el feo a las noches. Cuando estoy trabajando un libro casi no salgo a la calle. Escribo en los lugares más extraños, muchas de las veces sin necesidad de tener un papel enfrente sino imaginando situaciones, escucho conversaciones, invento relaciones entre la gente que me rodea, hago historias ante rostros desconocidos, me hurto formas de hablar y ando con las orejas en el aire para ver nomás qué se me ocurre.
Soy de los que creen que el periodismo es una rama de la literatura, y que bien practicado es un oficio digno y de gran respeto. (NOS VEMOS)
Azahel Jaramillo Hernandez