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septiembre 18, 2019 | 171 vistas

Mariana Castañón.-

La inteligencia está sobrevalorada. El sistema educativo por competencias mandó al carajo la memoria y los exámenes. Desde el 2012 se espera que seamos habilidosos, trabajemos en equipo y por proyectos. Ah, los proyectos. Nunca pensé que tendría que hacer tantos videos (que han servido para poco más que gastar dinero y estresar compañeros) en mi carrera. Post- its, ensayos grupales y énfasis en una actitud crítica. Ya no memorizamos. Eso no es inteligencia. La memoria es, ahora, una cualidad obsoleta. De aula baby-boomer, cosa del pasado, inservible hasta que toca recordar aniversarios de amigos y novi@s enojones o entregas de trabajos.

Pues mira. Qué va. A mí la memoria me ha servido tanto como la inteligencia. Tal vez más. No puedo presumir del IQ más alto, pues sé, gracias a un par de pruebas en la preparatoria, que tengo un número bastante promedio. Eso se nota, a veces, pues siempre me fue mal en clase de cálculo. Soy mala para el rubik, el ajedrez, la ubicación espacial y a veces me falla la lógica. He conocido un montón de gente bastante más inteligente que yo y qué dicha. Pero no me quejo, porque, además de que gracias al cielo nací siendo una persona muy curiosa, tengo una excelente memoria. Y vine a abogar en torno a ella.

(Otra vez) iniciamos una columna más inspirada en una terapia de la psicóloga. Para probar que lo aprendido me ha servido más que el numerito ese que define mi cociente intelectual. Y nos remontamos al día que aprendí sobre los distintos tipos de memoria. Y Mariangela, que todo lo explica precioso, me enseñó que existen tres: la memoria mental, la emocional y la corporal. Alguna gente le llama inteligencia y se vale. A mí me gusta decirle memoria, aunque esta incluya muchísimas más. Porque me remonta más acerca de donde viene el aprendizaje. Me recuerda que me lo he ganado, que es parte de mi experiencia, que lo adquirí, muchas veces, a punta de jirones.

La memoria mental ya la conocemos y muchos gozamos de ella. Hay quien incluso tiene memoria fotográfica y les fue de bastante ayuda durante sus años escolares. La mezclamos y la confundimos con la inteligencia, y es que la verdad se parece bastante. Yo no sé de conceptos, pero me fascina explicar mediante ejemplos. Así que ahí va: Mi memoria mental, digamos, incluye que, según Yuval Harari, en “De Animales a Dioses” los seres humanos, al haber sido hasta hace poco tiempo los desvalidos de la sabana, evolucionamos llenos de miedos y ansiedades acerca de nuestra posición (cosa que nos hace crueles y peligrosos con el resto). Esto hizo que muchas calamidades históricas, como las guerras o catástrofes ecológicas, hayan sido consecuencia de nuestro salto demasiado apresurado hacia la punta de la pirámide alimenticia.

Vaya forma de ver el mundo ¿no? Este hombre le agrega una perspectiva interesante a nuestra corriente visión de la existencia. Y así, entre cachitos, la memoria mental va sirviendo para aprender acerca de nuestra realidad. Las tablas de multiplicar, las leyes, los poemas, la realidad socioeconómica de México y la armonía de colores. Todo eso que hemos aprendido a través de los años y se ha quedado para formar parte de nuestro conocimiento. Sin querer, o a fuerzas, pero ahí está. Así que sí, quizá, (yo, como muchas otras personas) soy de las personas que, de no haber sido por la intervención de un ex novio, seguiría tratando con cada una de las llaves dentro de un llavero para abrir una puerta que no conozco, en vez de cotejar marcas. Pero tengo memoria mental para resolver otro tipo de problemáticas. Y no está mal.

Una de tres. O bueno, de muchas, pero nosotros solo vamos por estas tres. Y sigue la emocional: todo un lío. Hasta hace poco, podría afirmar que mi memoria emocional estaba del nabo. Pero no soy la única, ¿qué no? México es un país de machos, caldo de cultivo para los bloques sentimentales y daddy issues. No por nada los coaches de inteligencia emocional y liderazgo (Como César Lozano y Jürgen Klaric) están en alza y las caguamas se venden como pan caliente. Hijos de padres trabajadores, que no saben decir “te quiero”, productos de la cultura del “el que llore es marica” y el juego de quien demuestra más emociones es el perdedor. Los mexicanos somos excelentes en lo que sea, menos en expresar y entender nuestros sentimientos.

Pero eso es (falta de) memoria -o inteligencia- emocional. Y cuando hablamos de ella, hacemos referencia al sistema que nos ayuda a fijar recuerdos a partir de los emociones. Estos recuerdos, en teoría, deberían de verse reflejados en aprendizajes. A veces somos medio primitivos a la hora de interactuar con este tipo de inteligencia, pero todos la tenemos y debemos explotarla. Cuando nuestras emociones apuntan a lo negativo en una situación desconocida, se activa este intelecto. Todos hemos aprendido algo de relaciones, abusos y dolores pasados y eso crea estímulos y condicionamientos que nos sirven para todo lo que viene después. Y ese “no me lo vuelven a hacer”, es parte de tu memoria emocional. ¡Felicidades! Eso también es inteligencia.

La memoria física es algo menos abordado. ¿Conocer nuestra mente? ¡Claro! ¿Conocer nuestros sentimientos? ¡Ahí va! Pero, ¿y el cuerpo? ¿Quién nos ha dicho que conocer nuestro cuerpo también es otro tipo de inteligencia? ¡Y qué importante e impresionante! Hay gente que puede predecir un resfriado con los síntomas que se le vienen antes, o mujeres que saben exactamente cuándo les va a llegar su ciclo menstrual. Madres, que saben detectar su embarazo antes de la prueba sanguínea, y jóvenes que conocen su límite exacto con las bebidas alcohólicas antes de una congestión. ¿Dolor en el torso bajo a la izquierda después de mucho pan? Colitis. ¿No acostarse después de almorzar chilaquiles para evitar reflujo? Hey, también es inteligencia. Bendita memoria, porque eso no se aprende solo por trabajos en equipo y presentaciones al cliente.

Existe un súper humano que sabe combinar las tres. Eso dicen. Es coherente, racional y se respeta y conoce a sí mismo y a su entorno. No actúa en contra de sus conocimientos y confía en sus instintos. Uno aspira a alcanzarlo. Al menos deberíamos de hacerlo. Habemos personas excelentes para lo mental, otras para lo emocional y algunas para lo corporal. Inteligencias fragmentadas en búsqueda de sus complementos. Hacia allá (debería de ir) el camino. Las competencias académicas, la capacidad de liderazgo, o de detección de anomalías corporales, por sí solas, no deberían bastarnos. El objetivo, idealmente, sería una sincronía entre las tres.

Hay una frase (que mi memoria mental me permite recordar) que le adjudican, erróneamente, a Albert Einstein: “Todo mundo es un genio. Pero, si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda la vida pensando que es un inútil”. Y la verdad es que, de cierto, tiene algo. Pero el pez nunca se sentiría inútil si su memoria emocional o corporal estuviera bien ejercitada. 1/3 no basta. 2/3, aunque sobrevives, tampoco basta. ¿Para subsistir? Claro. Pero la supervivencia no atrae, necesariamente, bienestar. Ojalá afuera así de fácil. Ojalá fuera tan fácil como nacer con ello o aprenderlo en un sistema educativo de competencias, ojalá sobrevalorar la inteligencia nata diera frutos reflejados en la vida diaria. Pero hay que echarle ganas. Sincronizar lo demás. Ejercitar la memoria, que de obsoleta no tiene nada.

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