abril 26, 2024
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octubre 16, 2019 | 143 vistas

Mariana Castañón.-

Hace no mucho entré a un programa de voluntariado en un museo. En primer lugar, porque creí que se vería lindo en mi currículum, pero también porque, además de uno que otro bar y mi cama los domingos, este lugar es mi favorito en toda la ciudad. Solía tratar de visitarlo, por lo menos durante cada cambio de exposición, pero a veces la distancia, el dinero o la pereza hacían que pasasen meses sin que pusiera pie en sus salas. Por ello, a modo de disciplina, me inscribí como apoyo para el museo, lo que generaría que tuviese que dedicar, por lo menos, un día a la semana a este lugar.

La experiencia ha sido bastante enriquecedora en muchos sentidos. Desde que me he obligado a aprender a viajar en transporte público (porque los coches privados estaban acabando con mi presupuesto semanal), hasta el acercamiento a la obra de artistas mexicanos contemporáneos de los que en mi vida había escuchado hablar, en poco tiempo mi vida se ha enriquecido un montón gracias a este voluntariado. Pero una de las cosas más importantes vino cuando un amigo, entre pláticas relacionadas al museo, expresó su interés diciéndome que le gustaría aprender a sentir mejor el arte.

No estoy segura si era un comentario al aire o una especie de pregunta. No sabía, siquiera, si estaba calificada para aconsejarlo puntualmente, o si yo personalmente era una persona que supiese sentir el arte. Así que, como cuando me encuentro de frente con algo que nunca había analizado antes, mi tren de pensamiento se disparó de inmediato. ¿Puedes aprender a sentir el arte? ¿Qué necesitas para hacerlo? ¿Es algo nato? ¿Es algo que puedes provocar? ¿Es algo que perfeccionas?

Sé que, entre el material de estudio y las capacitaciones, el museo me debe de haber dado herramientas para contestar esta duda. Existen diferentes técnicas para propiciar una conexión entre el visitante y la obra, y una serie de preguntas que lo “obligan” a interactuar directamente con ella para que se genere una dinámica de interés y aprendizaje. Pero este chavo es inteligente y no estábamos recorriendo una exposición. De manera que olvidé la teoría y me fui a lo personal.

Mi artista favorito (para la mala suerte del hígado de mi madre, que aborrece mi tatuaje del brazo) es Marcel Duchamp. Aprendí de él en una clase de Diseño hace dos años -que, por el contenido de la misma, siempre he pensado que fue más bien una de Historia del Arte- y con eso tuve para no soltarlo. Habíamos estudiado ya todas las vanguardias y teníamos que generar un póster utilizando los principios de las ya estudiadas, pero ninguna me había llenado aún. No hasta que hablamos de arte conceptual.

Recuerdo perfectamente que empezamos la clase conmigo estaba revisando mi celular o dibujando garigoles en mi libreta y la terminé con los codos en las rodillas. Conecté con el movimiento enseguida. Quizá en el fondo, y aunque me disguste infinitamente, soy muy política. Quizá soy sarcástica o quizá no tengo un pelo de gusto. Pero desde entonces he notado que de todas las manifestaciones de arte conceptual, aunque no las entienda ni un poco, son las que más me llenan.

Si un consejo se estaba forjando, entonces esa sería la primera parte. Al observar a la gente, es fácil notar que, aunque no seas afín al gremio artístico, siempre hay una manifestación que conecta más que las otras. Para algunos son las pinturas, la estética renacentista, el arte tecnológico, el baile, la fotografía, el dadá, las letras. Hay un tipo de arte que, independientemente de los gustos, del conocimiento previo y de la temporalidad, llega más a las personas. Y encontrarlo es el primer paso que yo encontraría para sentir el arte.

Sin embargo, si solo buscáramos el arte que nos mueve inmediatamente, nos estaríamos privando de muchas emociones. Hay algunos que se presentan mejor como gustos adquiridos, o como un impacto de segunda mano. Me pasó, por ejemplo, con Francisco Toledo. Su arte jamás me interesó demasiado, hasta que tuve clases sobre él. Antes del diplomado, lo veía como un artista oaxaqueño famoso. Pero por mi situación geográfica, jamás he conectado demasiado con los pueblos indígenas. No los conozco y soy tan turista en Oaxaca como cualquier otro viajero. Y, sin embargo, como el señor fue un activista, un irreverente y un sarcástico, terminé encantada. Entendí su arte de una manera diferente y conecté completamente. Por eso, la información y contexto se convirtieron en el consejo dos.

En el museo nos hacen aprendernos preguntas que incitan al visitante a reflexionar sobre la obra que se le pone enfrente. ¿Con qué lo relacionas? ¿Qué te hace sentir? ¿Qué ves? Y un montón de preguntas más (que, para ser sinceros, no muchos guías hacen) para invitar al visitante a interactuar con la obra. Por más efectivas que creo que son, creo que sin antes reflexionar sobre qué es lo que te mueve e ir por ello, se quedan cortas en las conexiones. Y me gustaría decir que la información y el contexto es directamente el paso dos para sentirlo mejor, pero el arte se encuentra con un problema: tiene un lenguaje exclusivo, esnob, difícil.

A nadie le gusta un entretenimiento tan complicado, ni le gusta sentirse estúpido cuando no entiende las cosas. La frialdad de las galerías y lo intimidante de las obras genera una barrera entre los espectadores y el artista. Nadie gana de esa forma. Entonces, el consejo #3 se perfila: no te preocupes. La mayoría de las personas no entendemos el arte. Los artistas no esperan que entiendas nada, ni siquiera que pienses que su obra es bonita. Si no te gusta, pásala de largo. No te molestes. Si no te hace sentir nada, no vale la pena. Si no te gusta y te intriga, busca información y contexto, quizá puedes encontrar algo interesante después. Y si tuviste la suerte de conectar, disfruta.

Al final, estructuré rápidamente unos consejos de libro y de experiencias personales con este chico. Y probablemente no terminó muy satisfecho con mis conclusiones, pero no hay otra manera de describirlo: El arte no es monopolio de intelectuales. No debería serlo. Hay mil maneras de sentir mejor el arte, pero la primera es esta: Piérdele el miedo y el respeto temeroso. Aprende a decir “no me interesa”, “no me gusta”, “me aburre” y “me incomoda”. Busca aquello que te guste, te interese y te entretenga. Hay un tipo de arte para todos. El tuyo está allá afuera.

 

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