abril 26, 2024
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julio 31, 2020 | 1160 vistas

Francisco Ramos Aguirre.- 

Una de las antiguas costumbres, aniquilada por la modernidad y las pasteurizadoras, era la venta de leche de vaca a domicilio. Desde temprano, era trasportada para su venta a granel en carretones, bicicletas, camionetas y caballos para su entrega en casas, tendajos, comercios y lecherías victorenses. De botes o recipientes metálicos, se extraía para su venta por litros o menor cantidad. Otra forma de comercialización eran los frascos transparentes de un litro “A la Base de la Corona”, colocados en canastillas de alambre.

Todavía en los años sesenta del siglo pasado, el litro de lecha “bronca” se ofrecía en las calles y barrios a menos de un peso. Dicha cantidad permaneció congelada para la historia en una canción popular que por esos años, puso de moda en la radio el dueto norteño Víctor y Fina, donde alude a quienes ejercían el oficio: “Llegó el lechero,/llegó gritando,/llegó el lechero,/me oyó cantando./Ay lecherito no te vayas a tardar,/que no comprendes que me haces desesperar…Llegó el lechero,/grita la gente,/a cómo el litro,/a uno veinte.”

El típico lechero mexicano era todo un personaje del cual se hacían bromas pícaras, por su relación cotidiana con los consumidores. Quienes distribuían el producto eran generalmente trabajadores o los mismos dueños de establos y ranchos de ganado de ordeña, preferentemente de las razas Holstein, Suizo y Jersey.

No hace muchos años, el municipio de Victoria estuvo rodeado de una pequeña cuenca lechera que abastecía la demanda de la población. Entre los establos más antiguos destaca “Los Tres Pilares” -al norte de la ciudad- de don Herminio Rodríguez Perales, padre de Jesús Rodríguez, célebre ganadero de la región. Al correr del tiempo, se instalaron otras ordeñas en El Palmar, cerca de la Cueva del Indio y Los Vergeles, de Fernando Saldaña. Había otro rancho a la salida a Mante, además de los establos de Mario Varela, “La Providencia”, de Arturo Lerma y “San Luisito”, de Juan Salinas Cantú.

La ex hacienda “Las Vírgenes”, donde permanecieron acuarteladas las fuerzas constitucionalistas durante la toma de Victoria, se convirtió en 1922 en una de las lecherías más populares y acreditadas de la ciudad. El propietario, Justo Robles, instaló una sucursal en la calle Nuevo León (11) Hidalgo y Morelos, con venta y entrega a domicilio. Además, se podía adquirir a precios cómodos una buena variedad de productos lácteos, mantequilla, quesos, jocoque, requesón y crema orgánicos y frescos.

Otra memorable ordeña se localizaba en La Hacienda del Carmen, de Benítez. Tenía un expendio enfrente del Mercado Argüelles: “Esté usted seguro de llevar a su hogar leche pura pasteurizada, en la primera planta que operó en la República Mexicana. El sello que va en cada frasco, significa garantía y pureza. 20 Cts. litro. Deme sus órdenes y será atendido debidamente.” En 1932 era atendido por José Galindo M. del Callejón Seis con venta de quesos y mantequilla “A precios sin competencia.”

La publicidad de todos los comercios de este ramo ponía énfasis sobre la higiene y pureza del producto. Las amas de casa relacionaban la pureza de la leche, de acuerdo a la cantidad de nata que se obtenía al hervirla. De otra manera, sospechaban que le habían agregado agua, para obtener más ganancia. Considerando que la leche, aunque fuera pura, no estaba pasteurizada, al no hervirla se corría el riesgo de contraer alguna enfermedad: “Si quiere conservar la salud de usted y la de sus niños, compre leche del Carmen. Es Pasteurizada.”

La fama de las haciendas El Carmen y Santa Engracia se inició desde finales del siglo XIX, cuando participaban en Exposiciones Ganaderas, donde exhibían plantas de henequén, variedades de zacates forrajeros, cañas de azúcar, maquinaria agrícola, mazorcas de maíz, árboles frutales, frijol, piloncillo, leche, mantequilla, chile piquín y ganado fino.

Durante muchos años, uno de los sustentos económicos de la Capital tamaulipeca fue la actividad agrícola y pecuaria, entre ellas el henequén y ganadería lechera. La Huerta, Las Adelitas, -después CAPFCE- fue uno de los centros productores de “Leche Buena”, naranjas, pomelas, leña, palma y cochinos. En tanto en el Café Juárez, enfrente de la Plaza Juárez, se vendía únicamente mantequilla pura y queso amarillo de crema de la Hacienda El Carmen.

En 1931, el gremio de productores creó La Unión de Lecheros de Ciudad Victoria, presidida por el señor Eusebio Cantú. Las oficinas estaban ubicadas en el Uno Guerrero. En 1954 el grupo aumentó considerablemente. En noviembre de ese año, con motivo de una petición sobre el aumento del precio, Arturo Lerma Anaya, Herminio Rodríguez, Brígido Anaya, Rafael Adame y otros lecheros acudieron con Genaro Salgado Ruiz, jefe de la Agencia General de Economía, argumentando que si no se autorizaba un nuevo precio, dejarían a Victoria sin leche.

Como estilaban en aquellos tiempos los funcionarios federales, Salgado salió en defensa de los consumidores y dijo que a como diera lugar: “…haría que se respetara el precio de noventa centavos el litro, y que ya estaba dando instrucciones especiales a los inspectores para que iniciaran una más amplia actividad en bien de los intereses del pueblo.” De otra manera, se les podía retirar la patente.

Al paso del tiempo, debido al incremento de la población se inició la apertura de nuevos expendios de lácteos y productos agrícolas regionales. A finales de los años cincuenta se inauguró un local ubicado en la calle 14 Hidalgo y Juárez, donde las amas de casa adquirían: “Leche pura de alta calidad, mantequilla, cremas, quesos. Expendio de naranjas al mayoreo y menudeo.”

Ante la necesidad de un control sanitario sobre dicho alimento, en 1965 inició operaciones la Planta Pasteurizadora Victoria, promovida por una sociedad de productores lecheros encabezada por Jesús Rodríguez, Juan Salinas Cantú, Fernando Saldaña, Isidro Rodríguez, Raúl y Guillermo Higuera, entre otros. Vale decir que, antes de todo esto, la primera pasteurizadora del noreste mexicano operó en la Hacienda del Carmen. La encargada del control químico y calidad rigurosa del producto era la maestra Isaura Peña Vega.

De cualquier manera, todavía en los años ochenta la gente prefería tomar “leche bronca” a la manera tradicional, hasta que paulatinamente se fue extinguiendo la antigua costumbre de comprársela directamente a los lecheros. Al mismo tiempo, la demanda del producto creció y la leche Lala de Torreón, Alpura y otras marcas invadieron el mercado local, desplazando de la competencia la industria lechera victorense.

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