abril 27, 2024
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septiembre 25, 2020 | 429 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

Hace más de un siglo, la mayoría de las actividades laborales eran exclusivas de los hombres. Generalmente se relacionaban con el desempeño de oficios populares, indispensables para la vida cotidiana de esa época. Quienes subsistían gracias a dichos trabajos, en general radicaban en barrios de bajos estratos sociales. En Ciudad Victoria, donde la industria era escasa, existieron numerosos jornaleros dedicados a la ganadería, huertas de árboles frutales y cultivos agrícolas de haciendas cercanas.

Uno de los espacios más importantes para la economía local, era la Plazuela de Los Arrieros establecida donde ahora se localiza el Mercado Argüelles. Ahí se concentraban los encargados de transportar: leña, bultos de maíz, frijol, fibra de lechuguilla, piloncillo, frutas, mezcal y diversas mercancías. Para ejercer esta labor en Tampico, Altamira, Matamoros, Tula y otras poblaciones de Tamaulipas, debían pagar al gobierno los respectivos impuestos. Por ejemplo, en 1850 la tarifa de peaje por tercio de mercancía era de un real.

Dentro del gremio de los artesanos, la actividad de los herreros era fundamental por tratarse de expertos en compostura de coches, balcones de casas y diseño herraduras de caballos, mulas y asnos. Los oficios variaban de acuerdo a las necesidades de cada región. En determinados lugares había pastores, pescadores, canteros, pulqueros, pedreros y ladrilleros. A finales del siglo XVIII, en el sitio de Caballeros cercano a la Villa de Aguayo, existían más 30 mil cabezas de ganado -bovinos, obejas y cabras- atendidas por cien pastores que se ganaban la vida honradamente. Después de alimentarlos, los hatos eran trasladados a través de la Sierra Madre Oriental rumbo a Nuevo León y Coahuila.

 

INDULTOS Y PASAPORTES DE SANTA ANNA

En Victoria la mano de obra calificada era muy valiosa, porque aquí se concentraban los poderes políticos del estado. Dos de los oficios con reconocimiento social y buenas remuneraciones durante las primeras décadas del siglo XIX, eran los boticarios e impresores. Samuel Bangs y Edwin B. Cotten ejercieron esa última actividad en el Gobierno de Tamaulipas. Además, dicha población era paso obligado de numerosos viajeros de tránsito, quienes requerían los servicios de gente especializada que los atendiera. En este caso los mesoneros, arrieros, cocheros y herreros quienes desempeñaban su trabajo con eficiencia. En cuanto al templo católico, el campanero siempre estaba atento a la hora de la misa y otras celebraciones propias de los clérigos.

En marzo 29 de 1855, el Cónsul mexicano de Brownsville, Texas, José Javier Erdozain, publicó en los periódicos El Siglo XIX y El Universal, una extensa lista de personas radicadas en Tamaulipas, a quienes entregó sus respectivos pasaportes de acuerdo al indulto del general Antonio López de Santa Anna, con fecha tres de octubre de 1854.

Los residentes victorenses beneficiarios de este decreto, sumaron 24 hombres que variaban entre 17 y 40 años de edad y diferente estado civil: casados nueve, solteros 14 y un viudo. De acuerdo a sus actividades a las que se dedicaban había: un talabartero, cuatro sastres, dos labradores, un albañil, tres carpinteros, un hortelano, dos sirvientes, un dulcero, un dependiente, un zapatero, un pintor, un criado, un impresor, un escribiente, un tejedor, un cigarrero un sin oficio ni beneficio.

El censo anota los siguientes pobladores mestizos nativos de Victoria, quienes abandonaron temporalmente el país: «Bernabé Garza , talabartero, 34 años, casado, con familia; Jorge Campos, 25 años, soltero, sin familia; Ventura Reyes, sastre, 36 años, casado, tiene familia; Luis R. Samperio, labrador, 40 años, soltero, sin familia; Feliciano Rosas, albañil, 22 años, soltero sin familia; Regino Martínez, labrador, 35 años, casado, con familia en la misma; Agapito Villegas, carpintero, 17 años, soltero, sin familia; Bartolo Hernández, hortelano, 19 años, soltero sin familia; Vicente López,  carpintero, 37 años, soltero sin familia; Leandro Meza, cigarrero, 29 años, casado con familia; Rafael Romero, sirviente, 20 años, soltero, sin familia; Pedro Guevara, sirviente, 30 años casado tiene familia; Bruno López de Nava, sastre, 35 años, soltero; Juan Medina, sastre, 35 años soltero sin familia; Francisco Martínez, sastre 23 años, soltero; Bernardo González, dulcero 36 años, casado, tiene familia; Ramón Pérez, dependiente, 25 años, casado con familia; Anastasio Yepes, zapatero, 29 años casado; Carlos Núñez, pintor, 19 años soltero sin familia; Antonio J. Isaguirre, criado, 25 años soltero sin familia; Francisco Flores, carpintero, 25 años viudo, residente en el Departamento de Tamaulipas, con familia en dicha; Francisco Balboa, impresor, 19 años, soltero, sin familia; Gabriel A. Arreola, escribiente 31 años, soltero y Vicente González, tejedor, 25 años, casado, con familia.»

A finales de la década de los ochenta la población de la Capital tamaulipeca, aumentó considerablemente gracias al auge comercial donde los migrantes jugaron un papel decisivo. En ese tiempo varios españoles de Asturias y Cantabria, establecieron grandes almacenes y haciendas agropecuarias que contribuyeron al desarrollo, sobre todo en tiempos del porfiriato. Entre los apellidos de los capitalistas más célebres figuraban: Escandón, Lavín, Cortina, Quintana, Haces, Higuera, Bustamante, Fernández y otros.

Esto significó un aumento de profesionistas, artistas y  artesanos en Victoria. Las estadísticas de 1878 mencionan la presencia  artesanos  en la vida cotidiana: «…18 albañiles, cinco abogados, un agrimensor, 19 arrieros, 72 agricultores, dos arquitectos, 21 aprendices de oficio, seis barreteros, tres barberos, 30 carpinteros, 109 comerciantes, 15 curtidores, 14 criadores, 12 cigarreros, cuatro coheteros, un dulcero, 77 empleados, 4 escribanos públicos, un encuadernador, tres farmacéuticos, cuatro hojalateros, ocho herreros, dos ingenieros, cuatro impresores, 296 jornaleros, 389 labradores, 172 militares, 20 matanceros tres médicos, nueve músicos, 15 panaderos, un relojero, tres profesores de instrucción primaria». (Periódico Municipio Libre/2/27/1879). Los coheteros eran indispensables en las iglesias porque preparaban los juegos pirotécnicos, durante las conmemoraciones de los santos.

En pocos años, los gremios laborales se ganaron el afecto de los victorenses. Además, contribuyeron con su influencia a forjar la identidad, perfil cultural, arquitectura y despegue económico. Durante el porfiriato, este escenario se tradujo en varios servicios que se ofrecían a la población y visitantes. Asimismo el estilo y vida social de los habitantes de Victoria se transformó paulatinamente con mayor fuerza y vitalidad, hasta consolidarse en una capital a la altura de su tiempo.

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