marzo 29, 2024
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septiembre 29, 2020 | 106 vistas

La última película del competente y cumplidor cineasta británico Christopher Nolan es mitad thriller de espías hiper sofisticado, mitad asignatura de Fundamentos de la Física II de segundo en la carrera de Secundaria. Y es que por su apuesta de elevar el nivel de las películas comerciales de alto presupuesto y de apelar a la inteligencia del espectador, Nolan se ha ganado muy merecidamente un sitio propio en el mundo del cine actual.

Pero su más reciente cinta llega un poco a decepcionar por su densidad innecesaria, por su diálogo expositivo y por increíble que parezca en la falta de suspenso con un final muy predecible. En la sinopsis oficial, Nolan vuelve a jugar con nuestra mente con “Tenet”, porque el título alude a una sola palabra que el protagonista deberá utilizar como arma para proteger la supervivencia del mundo en una misión de espionaje internacional.

La primera hora de “Tenet” es tan elegante como su director, siempre trajeado. La presentación de los personajes rezuma clase. Desde el ‘Protagonista’, de quien nunca conocemos otro nombre que ese; por el camino, reclutar a otro agente encarnado por un Robert Pattinson desmelenado. Ambos tienen que llegar hasta Andrei Sator (un Kenneth Branagh) y para esto se involucrarán con su mujer (Elizabeth Debicki). En este primer bloque de la película la física ha tenido una presencia más teórica que práctica.

Mi 8 de calificación a “Tenet” como para creer en el potencial reflexivo del cine de acción porque como suele ocurrir en las últimas películas del director de cine franco-suizo Jean-Luc Godard (Breathless, My Life to Live), llega un momento durante el visionado de “Tenet” en que el espectador toma consciencia de la imposibilidad de comprender en su totalidad el vendaval de ideas.

No es la primera ocasión en que el director de “El truco final” se atreve a proponer una teoría del caos. En “Origen”, la exploración de mundos oníricos llevaba al británico hasta los límites de lo inteligible, sobre todo en su prolongado clímax final, que figuraba hasta el momento como el cénit de su trayectoria como creador de arquitecturas imposibles. Sin embargo, la mente racional y el ortopédico sentimentalismo de Nolan siempre se interponían en sus sueños de grandeza.

El cine de Nolan vivía maniatado por un combate interno entre el deseo de llegar más lejos y la necesidad de explicarse y conmover al espectador a toda costa. La realidad es que la única emoción genuina que puede surgir del universo de Nolan es una suerte de revelación intelectual. En “Tenet”, ese momento de iluminación llega cuando el vértigo que supone no llegar a asimilarlo todo se transforma en la asombrada contemplación de los mecanismos internos de la película.

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