abril 26, 2024
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octubre 16, 2020 | 310 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

Cd. Victoria, Tam.-
Cierta mañana de julio de 1913, mientras impartía clases en la Escuela Anexa a la Normal de Ciudad Victoria, la maestra  Ramona González fue requerida por las autoridades educativas en las oficinas del Palacio de Gobierno. El propósito era saludar y darle la bienvenida al general Antonio J. Rábago,  comandante militar y gobernador de Tamaulipas impuesto por el presidente Victoriano Huerta.

Sobre el escritorio del militar se encontraba el oficio de ratificación como directora del plantel y otros nombramientos de los nuevos funcionarios que lo acompañarían en su administración. Cuando se enteró del asunto, la profesora González recordó la trágica muerte de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez. Enseguida entró a su oficina, redactó un oficio en una máquina de escribir y limpió los polvos de gis de su vestido gris. Luego, en un coche  atravesó la ciudad y acudió ante el mandatario con una carta de renuncia a la dirección de la escuela. Al momento de ponerla en sus manos, le dijo con voz determinante: “Yo no colaboraré con gobiernos de asesinos.”

Cuando escucharon aquellas palabras que retumbaron las gruesas paredes, Rábago y el resto de los presentes permanecieron estupefactos porque nunca imaginaron la respuesta de aquella joven profesora, que en su época estudiantil había sido discípula de María de la Luz Enríquez. En 1891, se convirtió en la primera mujer en titularse de maestra en Tamaulipas. Años después, participó en el Primer Congreso Pedagógico durante el gobierno de Guadalupe Mainero, además de ser maestra de la Escuela de la Fronda, fundada por Lauro Aguirre.

Acostumbrado a la obediencia y disciplina castrense, el General mandó llamar al profesor Adalberto J. Argüelles -antiguo mentor de Ramoncita- para que la convenciera de reconsiderar su postura. Pero todo fue inútil, la dama dejó claro que sus convicciones patrióticas eran más importantes que cualquier propuesta favorable al régimen del presidente antidemocrático y usurpador. “Muy bien señorita -expresó Rábago con el rostro endurecido- se le acepta su renuncia, y ya liberaré órdenes para designar a la persona que la sustituya.”

En el asunto del relevo de Ramona intervinieron maestros, colaboradores y amigos del gobernador, quienes en lugar de elegir como su sucesora a la profesora Demetria Zúñiga, de enorme capacidad pedagógica y subdirectora del plantel; después de un examen de oposición, decidieron otorgarle el nombramiento a la profesora Dolores de la Garza. Para asumir la dirección, fue preparada ventajosamente por el ingeniero Marcelino Castañeda. En cambio, a Demetria le aplicaron un cuestionario más complicado, para evitar que superara a su contrincante.

El resto de la historia lo narra de manera puntual Ramón Garza Cano en el periódico El Heraldo de Victoria (diciembre 12 de 1947): “En ese entonces era Director de Instrucción Pública el Profr. José del Carmen Tirado, de origen humilde como Demetria y yo, que por lo mismo era de esperarse que no se prestara a las maniobras de los pretorianos, pero nada se consiguió. Para respaldar a Demetria convoqué a una junta de buenos tamaulipecos, que se celebró en la Agencia de la Casa J. Cram y Cía. -dedicada al ramo de ferretería y abarrotes- que estaba a mi cargo en la que figuraban los Sres. Fidencio Trejo Flores y Zeferino Fajardo; profesores Rafael Tejeda y otros varios que por el momento no recuerdo y el inspirado vate tamaulipeco Sr. Jacinto Ramírez y yo entre ellos, hicimos cuanto pudimos.”

La profesora Demetria no permaneció con los brazos cruzados. Gracias al apoyo de Ramírez, publicó una carta en el periódico La Verdad, titulada “El Cuartelazo Escolar.” En tanto, el licenciado Trejo manifestó su voto de admiración a la mencionada maestra, suscrita por padres de familias y diversos sectores de la sociedad victorense.

“Después de unos cuantos meses, la Revolución se apoderó de los destinos de Tamaulipas e hizo cumplida justicia a Demetria, dándole posesión del cargo que injustamente se le había negado, por la única causa de ser humilde y no gozar de la influencia entre los pretorianos.” A pesar de su belleza, la “señorita profesora” Ramona, como se les llamaba en aquella época a quienes eran maestras,  permaneció soltera toda su vida, dedicada a la enseñanza escolar de niñas. De igual manera, durante varios años impartió las clases de cocina a estudiantes normalistas.

A mediados del siglo XX era una mujer entrada en años, piel blanca, guapa, atractiva, barba partida y pelo negro recogido en un chongo. O como puntualmente la describe Carlos F Salinas, Ramoncita era el “Prototipo de la mujer del norte de México… rostro alargado, grandes ojos, cejas perfectas, cuello largo muy lucidor, boca muy delineada, sensual, orejas pequeñas, nariz recta y una melena tremenda…”  Usaba vestidos finos de holanes y encajes a la moda de la época.

Vivía en una modesta y antigua residencia de sillar con varias ventanas y postigos de madera, ubicada en la esquina del 13 Morelos, en compañía de tres sobrinos medio: “…idos de la mente”, hijos de su hermano. En uno de los muros exteriores, destacaba una placa de mármol con una leyenda dedicada a su hermano, autor del libro póstumo Algunas Poesías: “En esta casa solariega nació el ilustre poeta Miguel González Tijerina -1888-1938-.”

Además de ser masón, mutualista y periodista, este personaje colaboró para reunir y publicar la poesía del vate matamorense Juan B. Tijerina, a quien el gobierno tamaulipeco rindió un homenaje. La propiedad donde transcurrió los últimos años Ramoncita había pertenecido a sus padres, la poetisa María Trinidad Tijerina y el licenciado, defensor de oficio y ex legislador local Juan González Quintanilla, quien falleció en 1909.

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