marzo 29, 2024
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octubre 23, 2020 | 191 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

En 1903 Ciudad Victoria tenía diez mil 86 habitantes, cantidad inferior a quienes radicaban por separado en Tampico, Santa Bárbara, Tula y Matamoros.  Aunque ya operaban el ferrocarril y Camino Real a Tula, la conexión entre la Capital tamaulipeca y el centro del país era complicada. Por tales circunstancias, prácticamente el desarrollo económico y social fue lento, al menos hasta la década de los 30’s de aquella centuria.

De cualquier manera, entre sus principales atractivos contaba la línea ferroviaria Monterrey-Golfo, servicio de diligencias diario entre Victoria-Jaumave-Tula-Cerritos, un majestuoso teatro, cinco plazas públicas y varias colonias de españoles, chinos y libaneses. En ese momento, los apellidos más notables dentro del comercio y las haciendas eran: Alvite, Filizola, Hevia, Zorrilla, Hinojosa, Terán, Cortina, Escandón, Pier y Lavín, por mencionar algunos.

El cuerpo de abogados resultaba fundamental para la actividad burocrática, política y empresarial de los victorenses. Algunos de ellos eran notarios y el resto se dedicaba al ejercicio libre de su profesión, aunque varios abrazaron la actividad política, a partir de los primeros años del siglo XX. Hablamos de Fermín Legorreta, Matías Guerra, Pedro Argüelles, Martín Gallardo, Luis Tercero, Manuel Ilizaliturri y otros.

Para entonces existían en Victoria varias agencias de publicaciones, ladrilleras y seguros contra incendio, porque la mayoría de las casas y oficinas eran de madera y fácilmente originaban quemazones. Los sitios importantes del comercio se localizaban alrededor de la Plaza Principal, donde acudía gran parte de los habitantes. Casi siempre la razón social se basaba en el prestigio de los apellidos: Arce, Picón, Hijos de Pablo Lavín, Ricardo Madrid y Rudecindo Montemayor.

De acuerdo al Directorio General de la República Mexicana, también existía el Banco de Tamaulipas donde los principales socios eran: Ricardo Madrid y los hijos de Pablo Lavín. Para ahuyentarse un poco de la presión laboral, los fines de semana disfrutaban las aguas termales de la Hacienda de Tamatán, propiedad de Manuel González Hijo. Los farmacéuticos eran capaces de detener las más temibles epidemias de la época, combatidas por los doctores Cipriano Guerra, Luis G. Jaquez, Carlos Govea y Praxedis Balboa. Los comerciantes Ramón Alvite “La Ciudad de México”, Ricardo Madrid “La Universal”, Alfredo González, Antonio Fernández, Casimiro Lavín, Arce Picón y otros se anunciaban en los semanarios de circulación local.

En aquella época la sociedad victorense también se divertía, disfrutando los tradicionales bailes, jamaicas, kermeses y todo tipo de reuniones. Para ello existían el Casino Victorense, entonces ubicado el la calle Hidalgo y la Sociedad Mutualista La Idea. Prácticamente todos los pobladores se conocían. De acuerdo al plano la ciudad, no rebasaba cien manzanas limitadas por el río San Marcos y la actual calle Abasolo.

Uno de los principales agentes y comisionistas comerciales de Victoria era Manuel M. Hinojosa. Su almacén sobresalía entre los más completos de la localidad, y estaba ubicado en la calle Hidalgo, con venta de productos de la Waters Pierce Oil Company y Cervecería Cuauhtémoc. En este mismo lugar operaba un molino de café, una fábrica de muebles finos y corrientes y molinos de maíz. A un costado de la Plaza Principal estaban los coches de sitio y una funeraria.

Las famosas diligencias de Antonio Sánchez Domínguez salían todas las mañanas a cubrir su itinerario entre Ciudad Victoria, Progreso, Joya Verde, Huizachal, La Mula, La Maroma y Jaumave. El precio del servicio por pasajero era de $3.92. Quienes deseaban continuar a Tula tenían que pagar un boleto de $3.69. El pasaje a Cerritos, San Luis Potosí, ascendía a $5.25. Sin lugar a dudas, atravesar la Sierra Madre Oriental representaba una aventura ecológica.

Por ser capital de los poderes políticos del estado, contaba con múltiples servicios para turistas y agentes viajeros, quienes deseaban realizar trámites en gobierno. Las ferreterías El Ancla de Antonio P. Castro y Antonio de los Reyes, surtían toda clase de herramientas. Si deseaban un recuerdo fotográfico, la mejor opción era contratar los servicios de Ramón Treviño.

Los principales hacendados que contribuían al sostenimiento económico de la Capital eran: Antonio Higuera, Aurelio Collado, Francisco Zorrilla, José Martínez, Ramón Sámano, Pedro Portes, Juan Filizola, Miguel Pier, Bernardo Zorrilla y Patricio Milmo, ancestro de los Azcárraga Vidaurrieta, fundadores de Televisa.

Uno de los primeros ministros protestantes de Victoria fue Santiago González; mientras los hoteles más confiables de la época porfiriana se llamaban: América de Antonio Hevia, “…el más céntrico de la ciudad. Elegantes y ventiladas habitaciones con luz y campanillas eléctricas”; El Comercio y el Golfo, cerca de la estación del ferrocarril: “…con hermosas vistas al campo. Propio para los días calurosos, por estar a mayor altura de la población.”

En el buen vestir de las damas y caballeros tuvieron buena participación Ignacia Villasana y Francisca Ruiz, experimentadas modistas, en el arte de la tijera, aguja y dedal. Lo mismo destacaban los sastres: Juan M. Urbina, Jesús M. Vázquez y M. Tamez. Probablemente la mayoría de quienes practicaban estos oficios utilizaron la recién inventada máquina de coser marca Singer.

Fue 1903 un año clave para el desarrollo cultural de los victorenses. Al menos existían tres imprentas y siete periódicos que circulaban entre los capitalinos: Periódico Oficial del Estado, La Rama de Olivo, El Progresista, El Atalaya Fronterizo, El Siglo, La Idea y El Esforzador. Además del profesor de idiomas Antonio Macías, para entonces ya destacaba como maestro de música Modesto González, impresor de partituras que se distribuían en varias ciudades de la República Mexicana.

Por diversos motivos, Victoria nunca pretendió ser una ciudad industrial. En ese tiempo apenas operaban una fábrica de ácidos y productos químicos de Gleason -¿acaso familiar del controvertido torero?-, una destilería de aguardiente de los Filizola y Juan Terán, la fábrica de cal de Francisco Martínez, jarcierías, fábricas de cigarros La Violeta de Justo Robles y elaboración de muebles finos.

Al menos hasta la década de los 80’s del siglo pasado, Victoria era una ciudad tranquila, sencilla y trazo urbano accesible de transitar. Una población de mujeres jóvenes, guapas, encantadoras y aficionadas al baile. Un lugar de novias olvidadas por sus galanes, quienes iban a estudiar a otras ciudades. Un territorio donde los hombres usaban sombreros para cubrirse del sol en época de verano. Era una ciudad de cotorras y urracas que revoloteaban en los árboles. Por las calles limpias y bien trazadas, la gente se relacionaba todos los días sin distingos sociales. Una ciudad de habitantes hospitalarios y buena fe. Por las noches de verano, era usual que salieran a tomar el fresco en las banquetas.

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