marzo 28, 2024
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enero 22, 2021 | 114 vistas

Mariana Castañón.-

Cd. Victoria, Tam.-
Hace un año que dejé de comer animales. Para sobrevivir a una cultura gastronómica centrada en la carne, uno tiene que reeducarse en materia de alimentación. Los primeros meses son fáciles: comes arroz, aguacate y frijoles, mientras agradeces el ahorro económico y temporal. Pero, bien se dice que no sólo del pan vive el hombre, porque eventualmente comer sólo como si prescindieras del plato fuerte, (quedándote sólo con la guarnición) es insostenible en cuanto a salud y placer.

Así que, antes de poder costearme un nutriólogo especializado, decidí aprender sobre cocina vegetariana. Fiel a mi hábito de traducir cualquier tema complejo primero en manos de Rius, el primer libro que leí sobre el tema fue el de “La Panza Es Primero”. (No puedo evitarlo, me encantan los dibujitos). Si bien, no estoy de acuerdo con su postura sobre los orígenes del machismo en la alimentación carnívora –sin condenarlo, claro, pues Rius es un hombre de su época, al fin y al cabo– después de todas las lecturas, cursos y consultas que realicé, este ameno librito fue clave para mi transición sana al estilo de vida vegetariano.

No encontré un recetario, pero si una nueva concepción del papel de la alimentación en nuestra salud y nuestra relación con el cuerpo. Y, aunque este comienzo pareciese como si estuviera a punto de aventarme una cátedra sobre veganismo, la realidad es que ya pasé suficientes horas en Greenpeace educando a los regios sobre este estilo de vida. Lo que me gustaría rescatar aquí, rodeando la tesis principal del libro (la invitación al vegetarianismo) son las lecciones acerca del cuerpo y la elocuente crítica al modo de comer del mexicano.

Empecemos.

Esto no lo dijo Rius, pero creo que es primordial comenzar con el apunte de que tenemos una educación alimenticia fatal. Nula. Si nos ponemos a pensar, comer es una de las actividades más básicas y vitales de nuestra existencia, pero sabemos muy poco acerca de nutrición. No tenemos clases en las escuelas acerca de qué alimentos contienen proteínas, no sabemos nada acerca de macronutrientes, ni de la absorción de vitaminas y minerales. Cocinamos lo que aprendemos de la casa, la abuela y no cuestionamos las prácticas alimenticias a menos de que nos embarquemos en el mundo de las dietas. ¡Es atroz!

Porque, cuando empezamos a aprender sobre nutrición, nos damos cuenta de que distintas funciones de nuestro cuerpo se ven afectadas por nuestra mala alimentación. Sino rendimos bien en el trabajo, si tenemos un ciclo de sueño alterado, problemas gastrointestinales, todo nos lleva de regreso a lo que consumimos como alimentos. México no tiene una cultura de prevención sanitaria y aunque lo podemos ver en otras formas como la gestión de la crisis del COVID-19, también es notorio en la manera en la que nuestra gente come.

Claro, las garnachas son deliciosas. El pozole es exquisito. Nadie duda de nuestra capacidad culinaria. Estoy poniendo en cuestionamiento nuestra capacidad nutrimental. Nuestra comida NO nos nutre. Pero como es deliciosa, no nos cuestionamos nada. Ese es nuestro primer problema. Pocas personas se toman en serio la grave problemática de alimentación que existe aquí en México. Ser obesos no es cuestión de estética. Al ser humanos, somos mamíferos, animales, cuerpos. Estamos irremediablemente relacionados con nuestras necesidades fisiológicas. ¿Por qué, entonces, no las atendemos?

Viene entonces la segunda parte. Hijos de Occidente, tenemos una visión dualista sobre todo. El bien y el mal, lo racional y lo emotivo, felicidad y tristeza. Nuestra visión del cuerpo definitivamente está afectada por esta doctrina. Cuerpo y mente, dos entes divorciados, una relación de dominación en donde la razón, la mente, siempre ha de ir encima de lo carnal. El cuerpo lo desdeñamos, no lo conocemos, no lo exploramos. No lo cuidamos. Si la mente puede seguir trabajando aunque la alimentemos de barritas marinela y cafés del Oxxo, ¿para qué darle nueces, frutas, verduras?

¿Para qué “perder” tiempo y esfuerzo en el cuerpo? No señores. El cuerpo debería de ser sagrado. ¿Por qué el de Cristo si y el de nosotros no? Este desdén nos va a llevar a la ruina, a la muerte. Necesitamos revalorar nuestro cuerpo. Sólo así, podremos empezar a cuestionarnos lo que introducimos dentro de él. Sólo así, lo comenzaremos a ver como una maquinita perfecta, que requiere de diversos elementos para funcionar, que necesita pasar a los pits de vez en cuando.

Rius habló de vegetarianismo. Desde el naturalismo, tampoco es como que a nuestro cuerpo le haga un magnífico bien comer cadáveres en descomposición. (Póngasele la retórica que sea, eso son las chuletas que tanto nos gustan). Yo rescato sus apuntes y traduzco sus enseñanzas al público omnívoro. Es imperativo cambiar nuestros hábitos. Revalorar al cuerpo. Cuestionar nuestra alimentación, rebelarnos ante el mal comer. Debemos resignificar lo que la comida significa para nosotros.

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