abril 25, 2024
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febrero 17, 2021 | 69 vistas

Mariana Castañón.-

La semana pasada, una foto de cuerpo completo de Kendall Jenner rompió el Internet.  En ella, la modelo se encontraba frente a un espejo de cuerpo completo, luciendo un pequeño bikini, unas piernas larguísimas y unas curvas de Barbie. Su publicación se viralizó rápidamente en redes sociales y la conversación alrededor de su cuerpo alcanzó todos los matices posibles. Mujeres de todas las edades citaban la fotografía con emoticones llorando, o haciendo bromas sobre su propio cuerpo o alimentación. Apologías a los Trastornos de Conducta Alimentaria salieron de todos lados. Mientras todo esto se suscitaba, había quien utilizaba sus plataformas para advertir sobre los peligros de los estándares de belleza, que son impuestos a partir de estas figuras públicas, y de los discursos de autodesprecio que generan.

Los grupos de mujeres en donde me encuentro, no se quedaron atrás. Pidieron un diálogo acerca del tema, y las respuestas emocionales que causaba esta fotografía fueron muy variadas. Las conclusiones, bastante enriquecedoras. Empezando por el hecho de que el opinar sobre cuerpos ajenos, sobre cuerpos femeninos, y usarlos para emitir juicios acerca de los nuestros, o los de la persona, es una actitud nefasta que no hemos aprendido a dejar atrás como sociedad. Y a pesar de que la mujer en cuestión sea una figura pública, que utiliza su cuerpo (su belleza, sus capacidades motrices, su gracia, etcétera) como herramienta de trabajo, que suba algo a Internet no nos debería de dar la licencia moral de criticarlo y señalarlo, según se nos dé la gana.

Pero la foto estaba afuera y las reacciones también. Así que, dejando el evento inicial, lo que sí sería importante rescatar son las conversaciones alrededor del fenómeno, porque eso es lo que realmente nos corresponde y nos impacta a nosotros. Una mujer, compartiendo su imagen, no (eso es cosificación, por donde le veas). Sobre esto, se pueden reflexionar varios temas. El primero, el más básico, tiene que ver con los estándares de belleza que son exigidos para nosotras las mujeres.

Evidentemente, el cuerpo de una modelo multimillonaria no es el de la población media. Para mantener la figura que tiene es necesario que se someta a una gran cantidad de tratamientos, regímenes alimenticios y deportivos estrictos, y el resultado final que se nos es mostrado es aquel que ya pasó por un equipo de personas que tienen como trabajo embellecer a la modelo. Una mujer “normal”, para empezar, no tiene los mismos recursos (de tiempo, de dinero, de equipo, etcétera) que ella para cuidar su figura de esa manera. Y sin embargo, la exposición constante a este tipo de cuerpos, a partir de plataformas como Instagram, son una especie de discursos visuales que están dictando cómo debemos de vernos y qué significa “bello”.

Aunque no impongan nada, tanto bombardeo visual de cuerpos inalcanzables, “perfectos” y canónicos, tarde o temprano terminan afectando la forma en la que concebimos la belleza, nuestra belleza. Lo triste de esto es que la mayoría de las veces no somos suficientemente críticos para darnos cuenta de que detrás de todas estas imágenes, a menudo la intención de las mismas es provocar precisamente este anhelo o deseo (que puede ser compulsivo) para vendernos algo: una idea, un producto -que puede ser el artista en cuestión, o algo que nos ayude a parecernos a ellos, o a eso que promueve- o algún tipo de servicio.

Las concepciones de belleza están monopolizadas por la industria que nos vende cosas. Por lo tanto, están separadas de la realidad, de lo funcional, de lo sano. No les importa enseñar que el cuerpo es bello porque es capaz, porque es nuestro, porque es parte de nuestra historia, porque nos acompaña, porque resiste. Sentirnos bien con nosotras mismas no es rentable. Esto debe de estar siempre presente para nosotras cuando comiencen a llegar los pensamientos intrusivos, producto de nuestra comparación física contra aquellos cuerpos que calificamos de perfectos.

Para probar esto, podemos hacer un ejercicio. En un grupo de mujeres, comenzar a hablar del cuerpo y de nuestras inseguridades nos dejará ver que en esta sociedad la tendencia es que ningún tipo de cuerpo está conforme consigo mismo. Siempre sentimos que nos falta algo: cintura, nalgas, busto, piernas, músculo. Que nos sobran vellos, grasa o caderas. Desde el pelo, hasta los dientes, el color de la piel y la altura de nuestros cuerpos, todos los cuerpos son duramente criticados, todos son medidos bajo las mismas exigencias imposibles que la industria, los hombres y las mismas mujeres obligamos a seguir a las otras.

El ideal de delgadez y la gordofobia, que está tan duramente extendida en nuestras cabezas, es lo primero que debe de ser criticado. No tu cuerpo. Necesitamos dejar estas prácticas atrás, aquellas que nos vuelven duros jueces de nosotros mismos y los otros. Parar la romantización de estos estándares cuando se mantienen a pesar de prácticas insanas, como dietas inflexibles, ejercicio obsesivo, castigos y culpas. Detener, también, los comentarios que perpetúan estas prácticas, nuestros impulsos de castigarnos cuando no nos ajustamos al canon y los comentarios que pueden afectar a personas que están pasando por problemas alimenticios.

Pero, de tarea, nos debemos de llevar la resignificación de la belleza. Una belleza que no esté medida en relación a los otros, que no se desplome cuando admiramos otros tipos de cuerpos, que no nos controle, que no nos lastime y que no nos ponga a competir entre nosotras. Una belleza, además, que sea real, que sea justa, que sea cosa personal, que nos aleje de criticarnos entre todas, que ponga en el centro de su definición las cosas que realmente importan: amar nuestros sacos de huesos, respetarnos mutuamente, que valore las capacidades del cuerpo sobre sentir placer, felicidad, fuerza.

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